El árbol babobab
Cada día estoy más de acuerdo con esa frase que habla de que lo mejor que le sucede a uno en la vida, es cuando nunca se planea. Y es que sabe diferente. Como cuando pruebas algo que no esperabas que estuviera tan rico, como cuando escuchas en vivo una canción que te impacta sin saber qué es lo que ibas a esperar. Simplemente es algo que te toma por sorpresa...
A mí me pasó hace ya algunos meses, en un lugar lejos de mi casa, en un lugar ajeno a todo aquello a lo que estaba acostumbrado. De pronto, mi ritmo de vida en unas semanas se volvió diferente. Mi cama se convirtió en arena, mi casa se transformó en una pequeña casa de campaña... El frío lo cambié por el calor, la comida se racionó. Pero de entre todas cosas, jamás olvidaré la brisa, el sonido del mar, mi hogar...
Sonrío cuando pasan por mi mente aquellas imágenes en las que visualizaba cómo sería el viaje a Chiapas, lugar mágico que me alojó por un mes. Sonreía, de verdad que había algo que me animaba; sin embargo, también había cierto aire de misterio, quizá, hasta cierto miedo. ¿Qué me esperaba? Si bien no iba sólo, había algo en mí que me hacía dudar de lo que podía esperar.
Puerto Arista, un puerto chiapaneco cercano al Estado de Oaxaca, fue el lugar elegido que contestaría cada una de mis preguntas. Fue muy curioso bajar del camión, lleno de cosas, pensando que uno estaba listo, que sabría que hacer... Ya había magia desde el comienzo, ya se sentía algo diferente. Desde las risas de aquellos que estarían a cargo de nosotros, hasta de aquellos que habían cumplido con su parte del servicio que ahora hacíamos nuestro... Éramos cerca de 9 individuos que llegábamos con muchas cosas y versiones diferentes de lo que nos esperaría. 9 personas que en circunstancias diversas, posiblemente jamás hubiéramos coincidido.
Las primeras 24 horas... ¡Las primeras 24 horas! Eso sí fue una prueba...
Con el tiempo las cosas se volvían cotidianas, con las horas y los días, nos empezamos a acostumbrar, comenzamos entonces a aceptar que esta sería nuestra casa, aunque con el tiempo, se volvería nuestro hogar. El lugar, un sitio dedicado a la perservación de la tortuga marina, estaba dividido en dos edificios. Aunque con el tiempo, esa división se volvió simbólica, los dos lugares ya formaban parte de nuestro día a día.
Hoy, a semanas de haber vivido esa experiencia, hay gente que aún me pregunta.
-¿Y por qué se volvió tan especial?
Cuando me dicen eso, intento ver hacia el cielo, localizar una cruz formada por cuatro estrellas, y recordar entonces, ese día, el que me marcaría, el que daría sentido a ese lazo que dejaría en aquel lugar. El sitio que nunca olvidaré...
CONTINUARÁ...
Por
Enrique Figueroa Anaya
Kiosko
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