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Nunca te olvidaré, parte 2

El árbol baobab

Una de nuestras actividades consistía en monitorear la larga playa chiapaneca, con el único fin de recolectar huevos de tortuga marina. La intención, era llevárnoslos y anidarlos en una incubadora que consistía de simple arena. Pero en aquellas fechas, a mediados de julio, la llegada de la tortuga golfina, la especie que más anida en esas playas, no es tan fuerte como en otras fechas. Fue así que las primeras noches se vieron envueltas de esceptisismo por parte de muchos de nosotros.
Por las mañanas nos levantábamos, a eso de las 7 u 8 de la mañana, a empezar con algunas actividades. Ahí, en esas horas, empezaban las pruebas que se habían puesto en el camino para probar nuestra resistencia. Me río de solo acordarme, del primer momento en el que agarré una coa, del primer instante en el que la conocí. Recuerdo que por aquellos días no era el único, seguro muchos pensamos de las dificultades y nos pusimos a cuestionar tantas cosas. Los moscos, las chariscas (digo, los chaquistes), las hormigas, el calor, etc. Todo eso se nos puso en el camino, todo eso nos hacía dudar.
Llegaba el medio día, las actividades se detenían y entonces pasaron los que seguramente fueron los mejores momentos estáticos que jamás hayamos pasado. Acostados, sentados, parados; la cosa era estar en un solo sitio platicando, bromeando, jugando... Luego la comida, más tarde más actividades, y ya, por la noche, intentar encontrar una tortuga marina; aunque sea un nido.
Una noche recuerdo haberme levantado hacia la playa. El solo sonido del mar golpeando con sus olas contra la playa, era un sonido tranquilizador que me invitaba a pensar. Levantaba la vista y volteaba al cielo. El día había valido la pena, pero la noche lo valía más...
Con el tiempo, las 9 personas que nos reunimos nos fuimos conociendo. Claro, cada uno con sus obvias diferencias, y quizá empujados por las circunstancias (el tener que vivir juntos por tres semanas), nos fuimos llevando mejor. Fue así que esos dos edificios, la playa, el pueblo, el día y la noche, se iban volviendo en nuestro hogar, no sólo en nuestra casa. Y es que a veces me pongo a pensar en esa palabra: Hogar. Pareciera que es tan normal hablar de él, pero si nos ponemos a reflexionar, es algo más grande, algo supremo. Y es que cuando intentamos describir algo con palabras, y simplemente no lo logamos, es porque se volvió más grande que nosotros.
Las inclemencias se habían superado, ahora quedaban las risas. El calor y los chaquistes se volvieron en algo cotidiano, para dar paso entonces a algo nuevo que siempre se quedaría con nosotros. Las experiencias, las risas, esos momentos que seguro seguirán, aunque con el tiempo, nos dejemos de ver.
Sin embargo había algo más, ese instante que no estaba planeado, ese único momento que daría de algún modo el cierre significativo a todos estos momentos. Esa respiración, esa mirada, esa partida...

CONTINUARÁ...

Por
Enrique Figueroa Anaya
Kiosko

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