Kiosko se ha mudado!

Se actualizará la página automáticamente en 6 segundos, de lo contrario visita
http://conceptoradial.blogspot.com
y actualiza tus favoritos.

Una sonrisa maliciosa - PARTE 1

El árbol baobab

El laboratorio era un lugar frío, donde poca luz entraba por aquella ventana chica que se encontraba en el fondo. Eran entonces dos hombres, dos amigos que durante años habían compartido diversas experiencias, y el destino entonces, los volvía a juntar en un laboratorio. Entre ellos el profesor Rogelio, hombre de 60 años, ganador de diversos premios y encargado de aquel laboratorio tan sofisticado. Por otro lado, su aprendiz, el doctor Román, un hombre joven de 30 años que iniciaba gustoso sus primeros experimentos, un joven que anhelaba descubrir grandes fórmulas, encontrar grandes curas, ganar reconocidos premios...


-Paciencia Román, la ciencia es algo que se debe tomar con paciencia...-

Con sabiduría comentaba a cada rato el profesor Rogelio a su joven aprendiz, la importancia del autocontrol, de la precaución y de la paciencia en el laboratorio. Años de ejercer en su laboratorio le habían demostrado que las ansias de cualquier científico, a la edad que fuera, siempre resultaban en fatales consecuencias. Era así, a la hora de probar nuevas vacunas, justo en el momento de experimentar en animales para observar las reacciones de éstos ante virus y enfermedades, cuando el joven Román sonreía maliciosamente inyectando a las “víctimas” inocentes.

Un día el doctor Rogelio le encargó probar un peligroso virus proveniente del amazonas sobre un pobre simio. Román, como era su costumbre, se le quedaba viendo al mono. Caminaba lentamente con la jeringa en mano y su traje colocado para no contagiarse, se dirigía pacientemente disfrutando la cara de sufrimiento del simio, que veía venir algo peligroso. El infeliz tenía razón, su final estaba cerca.

-¡Román! ¡Deja ese juego en paz! Te dije que probaras el virus, no que torturaras al simio...-

Se paró entonces Román, apretaba con fuerza la jeringa y viendo al mono se quedó unos segundos pensando. Después, sonriendo nuevamente con malicia al mono, dejó sobre una mesa cercana la jeringa con el virus. Volteó y caminó hacia el doctor Rogelio, tranquilamente se quitó el traje y le pidió libre el día. El doctor, extrañado por la actitud de su aprendiz lo dejó irse, quizá era lo mejor.

Aquella era una noche fría, una noche en la que caía sobre la Ciudad de México una suave lluvia que apenas mojaba la cara de Román, que en ese momento caminaba pensando en lo que le había pasado ante el mono. Nunca había disfrutado tanto el hacer sufrir a uno de los animales de prueba, esta vez era diferente, esta vez podía sentir aquel joven el placer de ver sufrir al indefenso animal. Quizá el sentirse poderoso, quizá el imaginar que tenía un arma entre sus manos y que decidiría cuando usarla. Quizá el saber que el animal sabía lo que le esperaba... Lo que le quedaba claro al joven aprendiz, era que aquella noche no había sido el mismo de antes en el laboratorio. Esta vez había cambiado y olvidado las sabias palabras de Rogelio. La paciencia, precaución, y sobre todo el autocontrol, estaban en duda.

CONTINUARÁ...

Por
Enrique Figueroa Anaya
Productor Kiosko

0 comentarios: