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El grito silencioso, parte 2

El árbol baobab

Con motivo de la marcha histórica contra la inseguridad realizada el 27 de junio de 2004...

PARTE 2

Pasaron los años y Antonio Carlos encontraría, junto con su familia que además incluía a 7 hermanos, el tan esperado hogar citadino. Cierto es que aquello no era de lujo, y es que hay motivos para eso como los modestos trabajos de padre y madre, maestro y secretaria respectivamente. Pero bueno, está de más comentar que la felicidad de un niño no se rige por los bienes materiales. Por eso es tan bella la infancia... Los años pasarían, y Antonio Carlos volvería tradicional sus desmañanadas para salir corriendo por el bosque de Chapultepec, subirse a una lancha y empezar a remar antes de que aquel recinto se llenara. Desayunaba de pronto en alguno que otro puesto sobre avenida Reforma para posteriormente subirse al metro y viajar hacia su escuela donde pasaría gran parte de su tiempo. Al momento de ir contando esto de pronto David y el señor Martínez se topaban con una inmensa multitud, que vestida de blanco, encontraba su lugar de reunión en el ángel de la independencia.

-¿Qué pensarán ellos de nosotros David?- preguntaba con tono melancólico observando hacia la estatua dorada de origen francés -¿Creerán que somos unos locos que nos estamos acabando unos a otros? ¿O acaso avalan nuestro reclamo y caminan justo ahora con nosotros?-

David sólo sonreía a su acompañante, en verdad deseaba decirle que ahí estaba entre todos ellos, sí, de manera fortuita, pero ahí había uno de ellos. Con aquello, el maduro hombre continuaba explicando que había encontrado a una maravillosa mujer y justo a la edad de 28 años ambos contrajeron matrimonio, sí, acá en la Ciudad de México. Recalcaba entonces de forma entusiasta, que su vida bien pudo haberse ido formando en ésta metrópoli, que a pesar de todo lo que ha pasado en ella es su adorada y bella casa. Para Antonio Carlos Martínez, hombre maduro de 50 años oriundo de Tepic, Nayarit, la Ciudad de México era la ciudad más bella del mundo.

La marcha comenzó por ahí de las 11 de la tarde en aquel emblemático punto de la ciudad, y tomaría camino hacia el zócalo donde se tenía previsto llegar a la una para entonar todos en coro el himno nacional. Aquella marcha que tenía como tenor principal la idea de protesta contra las autoridades frente a la grave inseguridad, de pronto se convirtió en un enorme símbolo de esperanza donde, como al principio comenté, distintas personas pero mismos corazones se unían con la consigna de hacer llegar su reclamo. David continuaba caminando junto con su acompañante, mientras se encontraba escuchando de todo, leyendo pancartas, carteles y playeras. Todos protestaban, todos estaban hartos y parecía que a cada paso más gente se sumaba. Días después se enteraría por varios ángeles que desde el cielo aquello lució imponente. No había palabras, no había gritos o protestas como bien pudo haberse imaginado, sólo había aquello que a veces era mas revelador, sí, aquél grito silencioso de miles de personas, decenas de miles, quizá cientos de miles, todos ellos hombres y mujeres; y entre ellos, un ángel, David...

Atte.
Enrique Figueroa Anaya
Productor Kiosko

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